Alfredo Bielma Villanueva//CAMALEÓN
Una hipótesis comprobada postula que en México la mejor fórmula para conocer los antecedentes de una persona consiste en postularla para un cargo de elección popular- alcalde- diputado, senador. Gobernador- presidente de la república, porque en esas circunstancias cualquiera de los adversarios se encargará de poner al alcance de la opinión pública, si los hubiere, los pecadillos non sancta de su principal oponente. En todo caso, es menester aclarar que quienes suben a un cuadrilátero electoral son personas surgidas del entorno social en debate, y como cualquier ser humano tienen virtudes y defectos, sobre cuál de esos dos elementos supera al otro dependerá que la opinión pública los califique, aunque no necesariamente pudiera coincidir con la votación a su favor o en contra. Este exordio es apropósito del abultado patrimonio inmobiliario atribuido a la señora Rocío Nahle y su familia, expuesto en medios de comunicación y redes sociales, nada extraordinario si el personaje en comento fuera un exitoso empresario, o empresaria, si en cambio porque la señora Nahle ha sido trabajadora de Pemex y eventualmente secretaria de Energía en el gobierno federal, es decir, en el cotejo entre sus ingresos y los egresos no cuadra esa fulgurante capacidad adquisitiva. Y como en este caso se han publicado la ubicación, los montos y fecha de compra no basta con negarlo ni imputarlo a “campaña sucia” en su contra, mucho menos a un asunto de género, porque en los tiempos de la presunta honestidad, de austeridad y del “no somos iguales” los argumentos en descargo tienen que ser contundentes.
En un principio, Rocío Nahle presumía: “soy mujer de resultados”, y de inmediato aludía a la construcción de la refinería de Dos Bocas como si efectivamente ella estuviera capacitada para una empresa de esa magnitud, ya no lo hace porque se coloca en posición vulnerable: mientras esa construcción no entre a funcionar y refine los barriles de gasolina de acuerdo con su capacidad por ahora es solo un montón de fierros acomodados para servir de refinería. Sin embargo, en descargo de la señora Nahle debemos suponer que ella solo obedeció a las instrucciones de su jefe el presidente López Obrador, y se prestó al cuento de que “con ingenieros mexicanos” se construiría esa factoría, porque para construir una refinería existen compañías especializadas en esa clase de proyectos, las mismas que en 2019 desistieron de participar en la licitación, no sin antes asegurar que una refinería de las dimensiones proyectadas no se construía con 8 mil millones de dólares ni en tres años; las más moderadas calcularon 12 mil 500 millones de dólares y un alcance para su operación hasta 2025, pero hasta ahora ya ha costado más de 16 mil millones de dólares. Ni modo de suponer que la señora Nahle sí estaba capacitada para una empresa de esa naturaleza, ingeniera sí, pero ¿ella estuvo a cargo del cálculo de tiempo y monto de construcción? De haber sido así ¿acaso no merecía la destitución por costo y tiempo tan diferidos? En cambio, el pago es la candidatura de Morena al gobierno de Veracruz, eso sí es para Ripley, porque en todo caso la ciudadanía veracruzana, todo el pueblo de Veracruz se pregunta ¿y nosotros, que culpa tenemos?